En un colegio de Kentucky, Connecticut, un psicólogo, decide junto al profesor de literatura, estudiar mediante la interpretación de algunos textos elaborados por los alumnos, el comportamiento de los mismos. Uno de los ejercicios consistía en exponerlos a determinadas situaciones y luego, hacerlos escribir en distintos formatos literarios, algo al respecto.
Los trabajos eran exigidos sin muchas consignas y no eran evaluados académicamente. Sin embargo, el profesor de literatura se encargaba de leer y felicitar en público algunos de los escritos específicamente elegidos (no por su calidad, sino para lo que después iba a demostrar).
Al poco tiempo, los trabajos de los demás alumnos, se parecían cada vez con mayor precisión al de los “seleccionados”. Inclusive, los más capaces creativamente, forzaban y limitaban su estilo, asemejándose al de los consagrados.
A mitad de año, en una clase especial, el educador se encargó de mostrarles con excelentísimas pruebas, que no escribieron lo que observaron, sintieron o pensaron acerca de algo, sino, lo que consideraron que “debieron o sería correcto”* haber visto, sentido o pensado. Es decir, que habitualmente, uno no se expresa con sus propias palabras, sino con las que ha leído o escuchado como validas y supone que, comunicativamente hablando, serian las adecuadas para transmitir.
* Se refiere al carácter que cada personalidad intuye. No a lo correcto por la norma, sino, a lo que se idealiza, según los móviles personales.