Cómo voy a creer en el amor, si debo practicarlo desinteresadamente.
Quien hace el amor, no tiene creencias, ni justicia, ni perdón.
No hay elecciones cuando no hay condenas. No se manifiesta el límite del becerro dorado. No hay cuernos, ni ojos enfurecidos. Hay piernas corriendo, mentes asustadas, corazones relegados, manos instrumentadas por pantallas, hombres vendidos a la propaganda política del encuentro ignorante, arrodillados en las sábanas del templo, adorando el brillo sobre el bruñido anverso del sobre que supimos conseguir.
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