Una noche sin luna, salí a caminar por las barrancas del río. Nadando seguro en la inseguridad de los pensamientos, y esclavizado entre las libres olas de los argumentos, pude ver claramente, mi rostro sobre el agua. Después, todo fue un espejismo. Mi reflejo, estaba en cada observar del más allá de las cosas. Un mundo tan circular como el ojo, me ubicaba en el centro del iris terrenal.
Por suerte, esa misma noche, perdí la voz. Tuve que desarrollar una comprensible manera de expresión. Sintetizar en gestos limpios mi verborragia. Todo a lo que quería referenciar, lo debía demostrar actuándolo, realizándolo, siéndolo.
El remedio de cultivar la voluntad y el silencio, me sanó entre cosechas de sincera humildad y natural precisión.
Luego, me siguieron ocurriendo “desgracias” que terminé agradeciendo, como la quebradura de tobillo, que me enseño a viajar, sin moverme del sillón.
Parece mentira que la ausencia de una capacidad, provoque el espacio que la supera.
No sé cuando me tocará partir, ni hacia dónde me llevará ese viaje. Algo me hace creer, que del otro lado de las necesidades, está la sombra de la verdad, proyectada por los eternos sueños del instante. Creo, pero la fe, no me ciega.
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